SON JAROCHO
A finales del siglo pasado, el son jarocho no tenía rival y los fandangueros solían celebrarse en todo el estado. Luego, cuando la moda del baile de salón irrumpe en el puerto con danzones y guarachas de Cuba y polkas y valses norteños, los soneros adaptan sus arpas y guitarras al nuevo repertorio, y añadieron otros instrumentos como el violín. Pino Silva recuerda que, en los años cuarenta, cuando empezó a tocar en el puerto, los sones no se oían sino hasta el amanecer, cuando la gente, ahora sí, abría el alma.
A Nicolás Sosa le sucedió algo parecido. Campesino y arpista autodidacta, ensayaba en el umbral de su casa para no molestar a la gente rodeado de mosquitos, y al poco tiempo estuvo viviendo de interpretar valses y danzones. Un día, en que se le ocurrió tocar unos sones "de pilón", en la feria de Alvarado, un capitalino lo invitó a la ciudad de México proponiéndole hacer el viaje en marzo del año siguiente. La lejanía de la fecha de invitación motivó la desconfianza de Nicolás. Sin embargo, al poco tiempo, le avisaron que aquel señor le había dejado el dinero para su viaje a México. "Fue el día 10 de mayo de 1937 y ese día agarré el tren de aquí, yo sin saber a que iba", recuerda Sosa, casi 60 años después.
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